Principio de incertidumbre


La duda arrimó y la chispa fuego encendió;

la plaga de la cosecha quedo arrasada.

Mas el incendio debe ser controlado,

no fuera que de poco alimento quedásenos nada.

La duda, la duda duda;

¿es enfermedad o es cura?

Hay quien la encuentra

y también quien la busca.

De tenerla, ¿qué hacer con ella?

Sin tener en absoluto certeza

de si es salvación o es condena.

La duda hirió a la víctima

y dio ojos al ciego;

lo que la duda toca,

la duda cambia.

Suelos agujereados y arenas movedizas.

Pasos firmes, caídas y esquinces.

La meta juega con trampas y minas;

asoma el game over, personajes de anime.

¿Parar o seguir?  la conciencia no para…

-¡ser materia o ser alma!-

No pocas hazañas la duda contara:

Historias de locos, guerreros y damas.


El espíritu humano


El espíritu humano

Sin duda hoy ha sido un día como otro cualquiera. Con su sol levantándose desde el este y despidiéndose por el oeste. Y como en cualquier otro día normal, hubo un buen momento en el que me sorprendí a mí mismo pensando, meditando metafísicamente sobre la existencia de las cosas más rutinarias con las que uno se topa a lo largo del día. Me pareció realmente curioso cómo, en uno de esos diarios viajes en autobús hacia Vigo, sobrepasando la impresionante ría viguesa desde lo alto de la segunda planta del gran vehículo, la gente observaba el paisaje que desde allí arriba se podía contemplar. Y es que no había títere que no girase su cabeza como una marioneta para ver lo que aquel amanecer y sus luces daban de sí. Y sí, era cursimente bonito. Pero lo que verdaderamente captó mi atención fue que aquel hecho me pareció algo esencial, tanto es así que incluso me produjo un respeto que me llevó a apartar la vista de aquello, no fuera a ser que no supiese comprender dicha obra de arte con la certeza que esta se merecía. Pero  claro, eso me trajo un fruncimiento de ceño tal que  “Héctor-qué-tontería-haces”.  Y de esta forma empezó el debate. Que si era más loco por apartar la vista del paisaje no fuera a ser que no supiese comprender aquello que me parecía tan esencial o, por lo contrario, si sería más loco por el hecho de tratarme de loco.  Me pareció posiblemente cierto que aquel pictórico paisaje, como coleccionista de miradas,  escondiese algo más que un juego de luces. Rápidamente lo comparé con el ideal de belleza y cómo tendemos a querer buscarlo inconscientemente. Y la verdad es que, sin duda, percibimos de forma positiva y buscamos inconscientemente lo bello de las cosas.

Si extrapolamos lo bello de las cosas a lo bueno de las intenciones también  tiene sentido esa inconsciente búsqueda, pasar de las cosas a las personas.  Y podría poner otro ejemplo, mientras esperaba para comprar una diaria barra de pan en la gran panadería que lleva mi apellido.  Al esperar desocupado, mi atención se dirigió a ver cómo un padre hacia realmente el tonto delante de lo que parecía ser su hija, con el fin de jugar con ella y hacerla reír. Y lo consiguió, y eso lo percibí como algo bello, y pensando en la intención del padre, como algo bueno. Después me tocó el turno y ya dejó de funcionar mi inconsciente para atender a que me atendieran.

Qué duda cabe en intuir que, sobre todo, sentimos afecto positivo por lo bello de las cosas  y admiración por lo bueno de las intenciones. Y eso nos lleva inconscientemente a su búsqueda, con mayor o menor énfasis. Tiende a suceder, es un hecho. Qué duda habría en cercionarse de que lo bueno existe.

Hace unas semanas oía decir a una persona,  “no conozco a ningún ateo”, y seguro que este tío no se percató de cuánto interioricé esa frase, más que nada porque me lo guardé para mí. Pero,  en efecto, si me paro a pensarlo, yo tampoco conozco a ningún ateo,  ni aunque muchos quieran autodefinirse como tal. Sinceramente yo no los reconocería de esta forma. También diré una cosa,  me parece que no soy tan viejo como para conocer a alguien así. Porque seguro, un ateo sería lo contrario a un niño, y yo todavía tengo mi parte de niño, al igual que la gente con la que pueda tratar y conocer. Pero claro, pasar de la evidencia de que lo bueno existe a que lo bueno está por encima de todo ya son afirmaciones mayores. Un niño lo verá evidente, todo es bueno, al tener a su padre, madre y hasta el espíritu santo mostrándole las cosas buenas y bellas de la vida. Pero qué pasa cuando uno crece y esos cuentos desaparecen. ¿El reino celestial de lo bueno era también parte de ese cuento?

Puede uno pensar que no y puede otro pensar que sí. Empezarían  así los conflictos entre tener fe y buscar la verdad. Como si el que tuviese fe fuere el que no quisiese perseguir la verdad. A mí no me convence el camino de no perseguir la verdad –tengo mi amor propio-, por lo que, al menos de momento, eso de descansar en la fe no me parece la más correcta de las opciones. Pero lo que sí empiezo a ver claro es que las respuestas a los interrogantes no pueden residir en la razón pura y en las deducciones racionalistas. Y aun siendo verdad que confío en mi mente cuadrada, metódica, deductiva y experimentadora que me han moldeado las matemáticas y física de la ingeniería. Y ,aún más, también en mi espíritu crítico y mi sinceridad personal. Pero es que hasta los más voluminosos teoremas matemáticos resultan sencillos una vez se estudian. En cambio, el espíritu humano no atiende a racionalismos en términos absolutos. No existen ecuaciones ni fórmulas exactas. Es imposible reunir todo los factores, que además son cambiantes y parecen estar en distintas dimensiones. El espíritu humano está lleno de inecuaciones.

Lo bueno está en las intenciones pero las intenciones están en el espíritu humano.  Aristóteles decía que el ser humano es un animal racional. Pero pongo mis más sinceras dudas de que sea esto cierto y me pregunto si en realidad no fuéramos, sino, animales irracionales que buscan ser racionales.  Que quede claro, al más puro estilo kantiano, esto es, en cierta medida, una crítica al racionalismo. Para mí, aun siendo utilísimas en innumerables casos, las deducciones racionalistas no son de fiar en cuanto a temática del espíritu humano, si de por medio no pueden recoger el subconsciente, inconsciente  y lo irracional que somos. De esta forma las conclusiones serán más o menos provechosas, dotadas de una cierta probabilidad, pero tendrán agujeros,  vacíos ilegales, como si de un principio de incertidumbre se tratase.  Así ocurre que un racionalista siempre está dudando  y se pasará la vida bajo la duda buscando los métodos apropiados para responder sus preguntas.

Para que quede sintético, y antes de concluir, llevaré a la metáfora la justa realidad a la que quiero referirme:

Incluso existen mundos paralelos donde habitan los más dogmáticos. Rascacielos lógicos con suntuosas estructuras racionales. Muros de hormigón con fortalezas forjadas. Y sin embargo, paredes  llenas de espejos y vacíos entre sus cimientos. Suelos con agujeros… Y en la decoración interior lucirán caros muebles de excusas y un cómodo sillón desde donde hablará la sombra de un voluntario escepticismo.

Y concluyendo:

Entonces, pensando que descansar en la fe no es apropiado, al menos de momento, y que el racionalismo está limitado, ¿cuál es el siguiente paso? Y, volviendo a los términos de la locura, ¿estaré loco por pensar esta índole de asuntos? o, ¿estaría más loco si me tratase de loco por pensar estas cosas? Aunque para esto sí tengo respuesta, y es que,  lo cierto es, que tan sólo soy otro ser humano haciéndose las mismas preguntas que otros seres humanos se han hecho a lo largo de la historia.

Loco el que no se haya cuestionado su cordura.