Oscuro


Tras otra decepción en el amor pierde, y deja de buscar, toda esperanza y sentido de existir. En ese momento de debilidad salió la parte oscura que todo ser humano lleva dentro. Sintió la infranqueable tentación de dejarse sucumbir por el  nihilismo y con ello burlarse de lo que le había convertido en un ser tan vulnerable. Empezó así la contienda entre él mismo y su propia mente en lo más profundo de sus adentros…

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Horas sin sueño cuando ya no hay sueños. Rígidas agujas de reloj que ruedan una y otra vez en su círculo horizontal. Los rayos de sol tornaron en una silenciosa luz flameante sobre un escritorio, sin cantares de pájaro. El viento está quieto  y el calor es de tarifa, nocturna, como la sensación que perturba. Pilas de escritos que buscan en lo indeterminado algo sólido a lo que aferrarse. Golpes de teclas de una máquina de escribir que en vez de redactar una hoja de papel hacen garabatos en una piel ya tintada…

Perturbaciones como las gotas de la lluvia sobre el asfalto que lo carcomen con el tiempo. Tic-tac, el caer de la arena se pone de su parte. Son dos contra uno, es una clara desventaja. El chaleco antibalas ya perdió el efecto y el miedo desaparece con la entrega. El tiempo y las voces perturbadoras ganan la partida y el cuerpo se convierte en una marioneta danzante. El susurro de las voces ha establecido su oscuro eco entre un par de montañas y el silencio parece irreponible. Ya nada lo puede silenciar; el tiempo lo sabe y por eso ataca. Es hora de salir a las aceras y el mal tiñe las entrañas. Ya no hay marcha atrás. Lo que viene está por llegar.

Callejón Oscuro Hay un perro en un callejón oscuro, le he escuchado ladrar al amor durante toda la noche. Estaba rabioso y triste a la vez.

Con esa causa inmaterial salí de aquellas paredes que asfixiaban. Necesitaba coger el oxígeno libre que golpea las paredes de las calles. Quería encarnarme en aquello en lo que me sentía; un perro callejero oliendo el asfalto gris húmedo en busca de lo que pudiese encontrar. Con la mirada a 20 cm de altura, con la cabeza baja. Y es así como estoy y como soy: un perro de pelaje negro como las horas que ahora transcurren. Sólo las farolas de las calles intentan equilibrar tan sombría realidad. Y no sé por qué, sé con certeza que no las quiero. No quiero que ninguna luz me grite mi oscuridad. No quiero que ningún doctor haga un diagnóstico de mi mente enferma, porque esa enfermedad es permitida. Es curioso cómo, en los momentos donde puedes tocar el fondo, la mente lucha fieramente en busca de algo que le de esperanza. Pero no busco esperanza, no busco nada porque no soy yo quien mueve a mi cuerpo. Es ese cáncer que muchas otras veces callé pero que ahora parece haber conseguido mancharlo todo de un color feísimo.

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Seguí arrastrándome por aquel laberinto de calles vacías, una y otra vez con el mismo panorama de piedra, ladrillo y yeso. Pero nada de eso me convencía. Mis tobillos se movían periódicamente hacia alguna parte pero yo no supe desvelarla. La dirección de una calle me escupió de aquella encrucijada hacia un espacio mayor.  

Aquí el aire es de otro color; entre las partículas de humedad parece reposar un color humo, como si algo estuviese ardiendo por alguna parte. Pero creo que es sensación de mi retina, esta noche lo veo todo rojizo y negro. Sé por qué, pero prefiero no preguntármelo. Me asomo al bordillo. En el reflejo del agua veo mi cara en blanco y negro y sin embargo no veo más que a un desconocido quieto y pálido, como si por su interior no fluyese el calor de la sangre. Pero ese ya no soy yo , ya no. Ahora soy mi voz silenciosa que habla sin hablar para sus adentros. Ahora mi cuerpo es mi súbdito y me da lástima. Mientras él parece buscarse en sus reflejos yo observo su escuálida espalda sentado en un banco de madera. Me dan ganas de ahogarlo en ellos. Pero todavía no es el momento, no está tan débil como para no resistirse. Todavía puede recordar cómo, en aquel restaurante italiano de grandes cristaleras, compartió plato con la luz. Esa luz de pelo rubio y ojos verdes que a mi tanto asco me da. La odio y odio como puede dominar a mi cuerpo, que es sólo mío. Así que huyo de este lugar sabiendo perfectamente por qué mi cuerpo ha llegado hasta aquí. La luz ambiental de este sitio me resulta incómoda, así que decido llevármelo.

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Con mi parcial victoria, todavía me da más lástima mi cuerpo. Carece de dirección propia y yo me divierto con él. Lo aparto de la luz, no quiero que pueda ver nada que pueda hacerlo ver. Mi lugar es la oscuridad; mi lugar es la más profundad soledad, y es ahí adonde quiero llevarlo. Al lugar donde sólo quiera verse a sí mismo. Nunca antes había podido traerlo tan cerca de mi territorio y ahora que lo tengo tan atrapado sé que es mi oportunidad de encerrarlo en las tripas del bosque más tenebroso y oscuro de la desesperanza. Es mi momento de gravarle en la piel el trasfondo de la duda, el escepticismo de lo bello, la desconfianza y, en definitiva, apartarlo de todo aquello que pueda encaminarle a los inseguros mundos de las ilusiones. Lo que yo quiero es convertirlo en verdugo en vez de ejecutado. El cementerio está lleno de estúpidos valientes…. En el fondo le estoy haciendo un favor, aunque él no lo sabe. Pero tampoco podría estar haciéndolo si él no lo permitiese. Por ese motivo sé que en alguna parte de su esqueleto existe el deseo de venir  conmigo.

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-Siento fatiga… Hay algo dentro de mí que me incomoda. Noto un hormigueo dentro de mi esqueleto y no puedo aliviarlo. La única opción es aguantar tal punzante sensación y no parar de respirar, aunque el oxígeno me llega con dificultad. No siento miedo, siento rechazo, no me fío de eso que se comporta como un parásito dentro de mí. No puedo moverme, mis músculos no funcionan. No puedo articular movimientos ni palabras. Siento una inmovilidad infranqueable pero no quiero dejar de aguantar…

-Me mofo de él tras su reacción, con la sonrisa cínica que me caracteriza. Qué lástima, he estado a punto de atraparlo. Puedo oír el rechineo  de sus dientes y ver fruncido su ceño. Sus músculos están agarrotados. Parece más resistente de lo que pensaba y empiezo a pensar que no va a ser hoy el día de mi victoria. Lo he tenido cerca, tanto que estoy seguro que algo de mí se ha adherido a su mente para siempre, por lo que mi intento no ha sido en vano. Tampoco tengo prisa, sé que volveré a tener mi oportunidad cuando el mundo vuelva a estar en su contra y su combustible vital esté bajo mínimos. Sé que tarde o temprano volveremos a vernos las caras porque estaré siempre dentro de él…

Mis extremidades poco a poco se vuelven flexibles, siento que ya puedo levantarme. La oscuridad ambiental de este sitio me resulta  incómoda. Distingo luz al final de la calle y sé que quiero llegar hasta allí, así que empiezo a caminar. Huyo de este sombrío callejón preguntándome quién soy. Con la pregunta en el aire dejo de buscar la respuesta; odio esa respuesta que no sé responder, prefiero darle la espalda a pesar de tener su aliento ahí detrás. Aceleré el paso en mi propósito de huir, sentía la presencia de alguien más allí. Mi sombra parecía acelerar sus movimientos como si quisiese tocarme y entonces empecé a correr sin mirar atrás.

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Salí de las turbias aguas de la profundidad con la fuerza de quien se está ahogando y, con el sol de cara, cogí un poco de aire puro y expulsé todo el contaminado que tenía en mis pulmones. Durante 3 segundos o menos no volví a coger aire y pensé en nada. Al volver a inhalar oxígeno mi mente se libreó fugazmente de toda tensión y fui libre. En ese momento pude tocar el conocimiento puro y supe que en cada nuevo día la luz volvería por el mismo sitio de una forma segura. Supe también que luz y oscuridad existen por el complejo hecho de estar vivo y que no importa tanto la oscuridad que habita en lo más profundo del ser sino el mal que la mente permita sacar al exterior. Comprobé que la caducidad de lo bueno implica la caducidad de lo malo y que esa es la esperanza en la desesperanza. El nihilismo no era yo, sino una parte de mí.